Solitude. [Autoconclusivo]

La barra de la entrada de texto parpadeaba. Nadja la ha visto parpadear por medio minuto ya, con los ojos pesados y el silencio oprimiéndole los oídos. Todo es sórdido, desde el cigarrillo en su mano hasta la luz titilante y fría de la lámpara de neón en el pasillo; en su otra mano, su inseparable vaso pequeño de vodka. Jukka, del otro lado del ordenador, no ha respondido sus mensajes; se ha llevado todas sus cosas y ha dejado el apartamento técnicamente vacío.

Nadja no entiende. Nada le hace sentido. Apenas la noche del sábado estaban contentos haciendo el amor con una pipa de agua reventando de mariguana saborizada, festejando que le habían dado un aumento; luego ella se quedó perdidamente dormida hasta la tarde. Ya es domingo por la noche. Jukka no ha mencionado nada sobre regresarse a Finlandia con su familia, ni sobre mudarse, ni nada. Sólo se ha ido.

Finalmente, un mensaje e finlandés aparece frente a sus ojos enrojecidos. Nadja parpadea y fija sus ojos en la entrada de Telegram.

Regreso con mis hijos a Tampere. No me busques más.

A la joven se le vuelven a rasar los ojos. Asiente despacio, como queriendo entender lo que está pasando. Su pareja de dos años, la única razón por la que Nadja ha dejado de hacer todo su estruendo y ha empezado a sentar cabeza en la vida, se ha ido junto con todo y la ha dejado en el frío blanco de todas las habitaciones. Con mano temblorosa se lleva lo que queda del cigarillo a la boca y toma una bocanada larga, lenta, cerrando los ojos y echándose hacia atrás en la silla.

Abre Helian. Nadie puede salir lastimado, piensa, sonriendo apenas como a modo de consuelo. Entra al perfil de Sirje y se pierde largamente en ella; acto seguido, va al baño y revisa si el infeliz se ha llevado su máquina de afeitar; con alivio la ve guardada en el pequeo armario del baño. Se alza los mechones centrales del cabello y se rasura, sin pensar ni un instante, los lados de la cabeza con la misma determinación que la primera vez.